Tenía 15 años cuando decidí que no creía más en el Judaísmo.

Estaba en la sinagoga un viernes en la noche, cuando leí la traducción del rezo que estaba cantando: “venimos al mundo para servir a Dios”, decía el texto.

Me parecía absurdo que Dios, todopoderoso, quisiera crearnos para que lo alabáramos y sirviéramos. Aunque mis cuestionamientos tenían ya un rato, ese día se rompió la última hebra que mantenía mi conexión con el judaísmo.

Después de 15 años de sentirme “en casa” en la religión y cultura de mis ancestros, me sentía espiritualmente huérfano, y mi búsqueda me llevó por muchos lados.

Hasta que hice mi primera clase de Yoga.

Salí flotando en una nube, reconociendo que se había prendido una llama en mí que reconocía sin haberla visto nunca antes. Sin ton ni son, algo me susurraba con convicción que el Yoga tomaría buena parte de mi vida profesional.

Me aprendí mantras para cantarlos de memoria. Con el poco dinero que tenía extra, tomé la membresía ilimitada en un estudio cercano, y sin vergüenza alguna saturaba con preguntas al/la profesor(a) de turno.

En el Yoga, me sentí nuevamente en casa.

Al menos, en la versión domesticada e idealizada del Yoga occidental moderno, que no me exigía contender con muchas de las incongruencias y mitos que me hubieran desilusionado de haberlas visto claramente desde un principio.

Me estaba convirtiendo en un “JewBu” (de “Judío Budista” en inglés), que es un término afectivo que se les da a los muchos profesores de Yoga y meditación que crecieron como judíos, pero se identifican hoy en día mucho más con corrientes del oriente (la lista es larguísima!).

Un poco más de veinte años más tarde, mi historia está mucho más matizada.

 

Tradición vs. Cambio

Hace unos días en este post de Instagram escribí las razones por las que no uso nombres de postura en sánscrito en clase (y por qué no es un requerimiento aprenderlas dentro del profesorado).

Desencadenó una conversación que me es muy conocida, porque la he tenido por muchos años en distintas formas.

Es parte de la tensión entre el cambio y la tradición.

La tradición (cualquiera que sea), nos ayuda a darle forma a las cosas. Nos permite sentir conexión con el pasado, y darle raíces a prácticas que conforman un árbol espiritual.

El progreso (cualquiera que sea), nos ayuda a darles nuevas formas a las cosas. Nos permite ampliar su uso, y en algunos casos, hacerlas más efectivas, balanceadas o apropiadas a distintos contextos.

Ambas tendencias son importantes. Sin tradición, una práctica que cambia demasiado rápido pierde su forma, y su identidad se debilita. Sin cambio, la práctica se estanca y no se adapta a realidades cambiantes.

Sucede en todas las religiones y culturas, al igual que la política. Esta tensión vive dentro de toda sociedad, familia y persona.

Mi propuesta viene desde el lado “progresista” del espectro en el Yoga.

Tanto es así, que hace unos años le saqué la palabra “Yoga” al Akila Institute, para no tener que continuar las conversaciones acerca de si lo que yo hago es Yoga o no. Sentía que era una conversación con pocos frutos.

Pero tomando en cuenta que sigo formando a profesores de Yoga, me es importante que quienes me sigan entiendan mi posición.

Mi intención con este artículo es articular una visión integrativa, que permite que ambos lados del espectro puedan no solo convivir en armonía, sino alimentarse el uno del otro.

El Yoga es Hindú (en su origen)

“Lo menos que podemos hacer, en servicio de algo, es comprenderlo.”

José Ortega y Gasset

El Yoga nació en la India. Los libros que lo formaron están escritos en Sánscrito. Las prácticas que se desarrollaron por miles de año están impregnadas de la cultura hindú.

Si tu inclinación es hacia la tradición, una de las primeras cosas que te atrapará en el Yoga es el sánscrito. Es un idioma muy bonito, y encuentras muchas palabras que todavía están presentes en nuestros idiomas, por ejemplo “Dev” es el origen de la palabra Divino.

Si te gusta la tradición quizás te deleites conociendo la historia que formó al Yoga. Quizás quieras aprender acerca de la danza, la música, la vestimenta y la comida de la cultura que originó a un mundo espiritual y filosófico vasto y variado.

Y si dedicas tiempo y atención a todas esas cosas, es también probable que tu amor y apreciación por todas las cosas que aprendes crezca… y que te sientas cada vez más arraigado en tu práctica, agradecido con el cobijo que viene de la conexión con todos aquellos que cargaron la misma llama antes que tú.

El Yoga no es Hindú (en su esencia)

En ninguno de los 2 libros reconocidos como los más importantes del Yoga (Los Yoga Sutras de Patanjali, y el Bhagavad Gita), verás mencionado la palabra “Hindú”.

De hecho, esa palabra es realmente una invención moderna de los académicos que necesitaban clasificar a distintas corrientes filosóficas y culturales de algún modo.

En los textos más importantes de la tradición, el Yoga se define ambos como el estado de Unión que viene al calmar la mente, y las herramientas que utilizamos para lograrlo.

Por ejemplo, Jnana Yoga es la forma en que logramos esa unión a través del intelecto, y Bhakti Yoga es la forma en que usamos devoción para llegar al mismo lugar. Cada quien busca las herramientas que mejor le sirven.

Los tratados filosóficos hablan de prácticas en términos que pueden ser aplicados desde cualquier tradición. Incluso cuando Patanjali habla del acercamiento a Dios, usa las palabras “Istha Devata”, que significan “la deidad de tu escogencia”.

Aunque en efecto hay muchas diferencias de forma, en el fondo, el Yoga comparte muchísimo con otras tradiciones.

En el Taoismo, por ejemplo, también hay prácticas de respiración y posturas para mover la energía y provocar estados de unión.

Tomando en cuenta que en los primeros libros del Yoga no había realmente tal cosa como posturas de Yoga (más que las sentadas, para meditar), el yoga postural moderno sería tan extraño para los yogis originales, como la práctica del Qi Gong del Taoismo.

Si mostraras a estos yogis originales los movimientos del Qi Gong y su relación con la respiración y los estados meditativos, y les explicaras que lo que estás haciendo es en servicio de vivir una vida más iluminada, seguramente todos estarían de acuerdo en que estás practicando una forma de Yoga, y no tendrían pena de llamarle así.

Del mismo modo: el Yoga solía ser para hombres que tomaban votos de castidad y pobreza. Quienes desean practicar un Yoga «original» y sin cambio se verán sorprendidos de cuán distinto es a lo que se imaginan.

La esencia del Yoga está en los estados que trascienden al intelecto. El idioma, los libros, los mantras o las posturas que utilices, son solo la forma, o el vehículo que usas lograr esa trascendencia.

Una vez que estés en el estado de Yoga, o integración, el vehículo que hayas utilizado será irrelevante, y las herramientas que hayas utilizado se transformarán automáticamente en… Yoga.

Para gustos los colores

En mi propio andar, puedo decirte que encontré un nuevo hogar espiritual. Hoy en día, puedo cantar los nombres de Dios en cualquier idioma (¡hasta en hebreo!), y sentirme en casa.

Irónicamente, la misma frase que me separó a los 15 años del judaísmo, se ha convertido en el eje de mi vida. Enseño yoga en aras de servir a lo Divino en todas sus formas, y de ayudar a otros a hacerlo también, porque creo que es lo que venimos a hacer en esta dimensión.

Lo llamo Yoga, porque uso la definición que los Yogis originales usaron para ese concepto, que no está circunscrito a una cultura particular. Si tienes quejas… habla con Patanjali 😊.

Pero reconozco la necesidad humana de conectar con el aspecto cultural y religioso del Yoga.

Si todavía piensas que la tradición del Yoga hindú es imprescindible, por favor compártelo de ese modo. Tu labor ayudará a mantener a la tradición viva, para que otros también puedan cobijarse en ella.

Y por favor no te molestes cuando yo comparta el Yoga desde un lugar mucho más universalista y moderno.

En mi labor yo asistiré al Yoga en su evolución, y podré compartir el Yoga con aquellos que como yo, buscan un vehículo de trascendencia que guarde su esencia, pero que sea más neutro en su forma.

Gracias por leerme. Ahora… te leo yo a ti abajo.

Con cariño,

Mijael