Hace muchos años, en una de las primeras sesiones de coaching que hice, mi cliente era una mujer de 20 años, que si me preguntas, podría haber sido tranquilamente una miss mundo, o miss universo.
Estaba hablándome acerca de todos sus defectos…
No solo de sus defectos como persona, sino curiosamente de lo fea y gorda que se sentía.
Me pareció trágico.
Digo trágico porque si ella, que podría ser prácticamente un estándar de belleza, no se sentía bonita… ¿qué hay de todas las personas que no se acercan a ese estándar?
Además de entristecerme profundamente, esa experiencia me dejó pensando mucho en la enorme presión que nos ponemos los seres humanos, tratando de lucir de algún modo específico.
Casi todos queremos ser más altos, más bajos, más rubios, más morenos, más flacos, más esbeltos…

Sin embargo, lo que no nos dicen es, que sin importar que tanta dieta o ejercicio hagamos, si no sanamos esa parte interior que realmente nos dice si somos bonitos o no, no importa cuán bien podamos vernos estéticamente, nunca vamos a llegar a sentirnos bien con el cuerpo que tenemos.
Sobre todo si tenemos en cuenta que hay muchos detalles que realmente no vamos a poder corregir, sin importar que tanto nos esforcemos, tales como nuestra altura, el color de nuestra piel, ciertas marcas que nos distinguen, entre otros.
Y si lo vemos desde ese punto de vista, el panorama no se muestra muy alentador, a menos que empecemos un viaje de sanación de nuestro ego, que nos lleve a hacer las paces con el cuerpo que tenemos, y que nos lleve a percibirnos tal y como somos.
Porque al final de la historia no importa cómo nos vea el mundo, el espejo siempre nos va a mostrar lo que nosotros percibimos.
¿Por qué necesitamos ese viaje de sanación de nuestro ego?
A través de los años he notado que al menos parte de la distorsión de la percepción hacia nuestro cuerpo se debe a traumas que cargamos de nuestro pasado.
Traumas que necesitamos resolver e integrar dentro de nuestro ego; y una vez que empezamos a integrar esos traumas y empezamos a reconocer todos esos lugares de dolor y soledad dentro de nosotros, vamos a poder ver el valor que realmente tenemos, independientemente del cuerpo que tengamos.
Y si bien el yoga nos dice que cuando estemos iluminados el ego no va a tener tanta trascendencia, la mayoría de nosotros no permanecemos en un estado permanente de iluminación.

De ahí se deriva la importancia de tener un ego muy sano, para sortear los momentos de “No iluminación”.
Sin hacer las paces con nuestro cuerpo ahora, sin sentirnos bien con quien somos, no importa cuánto queramos salir de nuestro ego, cada vez que nos miremos al espejo allí vamos a estar.
Es posible que si hemos entrenado suficientemente a nuestra mente, cuando estemos meditando podamos trascender los pensamientos auto-críticos por un rato… pero eventualmente tendremos que lidiar con cómo nos trata nuestra mente en el resto del día.
La manera en cómo tratamos a nuestro cuerpo influye en la sanación de nuestro ego.
Es muy fácil hablar de compasión hacia otros, pero a veces se nos olvida lo importante que es tener compasión por nosotros.
Las cosas que nos decimos con respecto a nuestro propio cuerpo normalmente, nunca se la diríamos a absolutamente más nadie, nos daría vergüenza tratar a alguien así.
Sin embargo al momento de tratarnos a nosotros mismos no nos damos cuenta que nos estamos contaminando e inclusive estamos contribuyendo a incrementar esos traumas y el peso que los mismos tienen sobre nuestro ego.

¡Por más compasión hacia nosotros mismos!
Con cariño,
Mijael.
0 comentarios